jueves, 14 de mayo de 2020

El fin del mundo


Estamos en un tiempo extraño, solo Bill Gates y Barack Obama sabían que esto podía suceder y aquí estamos enfrentado una gripa totalmente insustancial que nos tiene aterrados porque, no solo mata, sino que aísla.

Pienso que esta incertidumbre nos conduce a comportamientos extremos, y a tomar decisiones que en circunstancias habituales no tomaríamos. ¿Será que así se sentïa la gente durante la época de entre guerras? El mundo se iba a acabar de todos modos, ¿por qué no sacar lo que la vida tiene que darnos, por qué no disfrutar? ¿Por qué no? Ese ¿por qué? nos deja indefensos, hay que vivir, experimentar lo que no hemos probado aún, para quienes son como yo, se trata de gozar.

Gozar cuanto se pueda y mientras sea posible, eso hice hoy, es lo que estado haciendo hace algunas semanas, porque mientras el país está detenido parcialmente, yo encontré a alguien con quien coger, sin amor, sin involucrarnos, y simplemente para darnos placer mutuamente, porque de eso se trata la vida, de gozar mientras se pueda y por el mayor tiempo posible.

¿Si soy una hedonista? por lo menos a eso aspiro. No es lo más popular admitir algo así, pero creo que las personas a la que más admiro, lo fueron. ¿Qué hay de antinatural en disfrutar tu paso por este planeta?  En mi opinión sería un desperdicio de tiempo, un desperdicio de vida.

Coincido con Michel Houellebecq en que, probablemente el mundo no vaya a cambiar, por este “virus banal" que "ni siquiera transmisibles sexualmente"; sin embargo el aislamiento en el que, probablemente ya estaba, se hizo colectivo.

Quienes no saben vivir aislados, sin duda lo pasan mal, yo, por el contrario, hablo con quien quiero y veo a quien se me da la gana, paso el tiempo con quien amo, más aún; he podido tener satisfactorios e inesperados encuentros sexuales en los que he experimentado con una sustancia que no conocía y que hoy detonó esta necesidad de escribir, algo que no percibía desde hace mucho tiempo.

Probablemente lea esto mañana y lo que escribí ya no tenga ningún sentido, de cualquier manera, es un testimonio de que estoy viva, que quiero seguir gozando y que me doy cuenta de que el sexo me impulsa a salir de mi misma, y no pienso renunciar a ese placer por demasiado tiempo ¿será que es un estado alterado de la conciencia como en el que me encuentro en este momento?

La respuesta en realidad no importa, lo que hoy me interesa, es que me siento viva en medio del fin del mundo.

martes, 2 de julio de 2019

Argentina


Argentina fuiste tú, fue mate y sexo, fue conocernos y enamorarnos, fueron cataratas y noches sin dormir porque era muy poco el tiempo y demasiado el deseo.

Era invierno, no recordaba bien tu rostro y tampoco tu estatura, pero estabas ahí, esperándome, seguramente con la misma incertidumbre que yo y desando que tu memoria no se alejara de la realidad.

No somos de la especie romántica y melosa de las comedias cinematográficas; somos más bien secos, desconfiados, ninguno de los dos sabe qué va a suceder y sin embargo ahí estamos, a miles de kilómetros de distancia de nuestros hogares, solo para estar juntos otra vez.

Y así, casi sin conocernos, años después de habernos visto por primera vez, empezamos esta historia.

Un departamento que no nos pertenece se convierte en nuestro primer hogar. Me recibes con vino y ya has cocinado la cena, todo eso es el preámbulo para por fin, comenzar a descubrir aquello  que tanto anhelábamos.

Y todo se dio sin esfuerzo, de inmediato me cautiva tu espalda tatuada, iniciamos lentamente, y luego ya no hay freno, el deseo ha esperado demasiado y las horas se nos hacen breves para una pasión que ha estado confinada a la imaginación.

La mañana termina sin que nos demos cuenta,  porque no ha habido reposo, Buenos Aires está a la espera, pero nuestra sed es de piel, no de concreto.

Para ti, la ciudad es un caótico remedo de tu nueva patria; para mi es el marco perfecto para continuar lo que no pudo nacer en Atenas.

Me hablas de tu país, de su historia, de lo que te alejó de él y de tus motivos para no regresar. Caminamos, hablamos y reímos, nuestras conversaciones no cesan, es mucho lo que queremos saber uno del otro y no tenemos tiempo para ser turistas.

Rosario es tu casa, tu familia, todo es sencillo y cálido. Se hace más difícil la intimidad y aún así no dejamos que pasen demasiadas horas sin sentirnos, sin tocarnos, me compartes tus recuerdos de infancia, tu escuela, y me haces parte de lo más cercano a ti.  Aunque vives lejos, me doy cuenta que el amor en el que creciste sigue ahí, rodeándote, se ve en las risas, en las miradas de los niños, se nota en las anécdotas, se bebe en el mate, se percibe en el asado, en las burlas propias de hermanos.

Después, Iguazú; que se ha convertido en mi memoria en el lugar donde nos enamoramos. Sin interrupciones y con mayor confianza, somos ya parte del otro, no importa lo que suceda después, hoy sé que mi cuerpo no va a olvidar el tuyo, y sin miedo nos dejamos la piel y el alma, tal vez porque sabemos que no hay futuro para nosotros. Los últimos momentos en Iguazú me revelan un poco de una ira desconocida, comprendo que la idea de separarnos te provoca frustración, no quieres hablar de despedidas. Estamos demasiado embriagados de este sentimiento que aún no es amor, pero se parece. Luego las lágrimas.

Al volver a Buenos Aires es como si la ciudad nos abrazara, como si estuviera esperando nuestro regreso para decirnos que, en efecto, sus calles fueron el escenario ideal de nuestra pequeña historia, que sus aceras y nuestras vidas siempre estarán ligadas, porque a pesar de todo, esto, que no es amor, pudo florecer en invierno.












La infancia de Iván


Siempre he creído que el cine no se trata de pensar, sino de sentir, pero de ninguna manera son excluyentes. Me vienen a la cabeza muchísimos títulos que me han hecho reflexionar: "El decálogo" de Kieslowsky, particularmente el número 6 (Pequeña película sobre el amor); cualquier película de Bergman; "Alemania año cero" de Rossellini; pero creo en esta ocasión elijo "La infancia de Iván", porque me hace pensar sobre una realidad que me es completamente ajena, porque en ese mundo alterno que es la guerra, la humanidad subsiste; porque la inocencia de Iván sigue presente en su rostro, aparece en sueños, pero convive permanentemente con ese deseo de ser parte de la guerra, de continuar con la violencia que lo ha dejado huérfano.

Todos los filmes de Tarkovsky conducen a reflexiones profundas, su primer largometraje nos muestra  lo humano en todos sus aspectos: lo bello sin duda,  pero también y sobre todo, la devastación que conlleva la violencia; un filme que no es complaciente en modo alguno por que la vida tampoco lo es.


miércoles, 18 de abril de 2018

2046


Los que van a 2046 lo hacen para recuperar sus recuerdos perdidos, por que en 2046 nada cambia nunca.
La película de Wong Kar Wai, es la imagen del desamor y del profundo miedo a volver a amar; es  extraordinariamente bella y sumamente triste; porque el amor no correspondido y la entrega sin respuesta lo son de igual forma.
El protagonista es un mujeriego que lastima, abandona y hiere para no sufrir otra decepción, muchos lo comprendemos, pero en esa huida deja pasar el amor una y otra vez.
La mayoría de la gente recuerda In the mood for Love, pero para mi el Tony de 2046 es mucho más humano, sus mujeres también lo son, todas aportan algo y cada una de ellas tiene su propia historia, para mi, ninguna es tan conmovedora como la Bai Ling: Desamor es ser amigos de tragos.
Me es difícil hablar de una película que me causó tanta tristeza, de esa en la que no puedes llorar, de un dolor casi físico en el pecho que recuerda la vez en que te rompieron el corazón.
Así es para mi 2046.

viernes, 16 de diciembre de 2016

Theo Angelopoulos





Theo Angelopoulos: La poesía a través del cine.

Al querer hablar de uno de mis directores favoritos me empecé a dar cuenta lo poco que en realidad sé sobre Theo Angelopoulos. Cuando murió en 2012 yo ya había estado expuesta a su obra; nunca tuve la oportunidad de conocerlo, porque el día que estaba planeada su visita a la Cineteca Nacional para presentar la primera parte de su trilogía inconclusa, “Eleni” (2004) se enfermó y su esposa fue quien explicó su ausencia.

Para quienes no conocen el cine de Angelopoulos sería muy difícil intentar explicarles porque, quienes lo hemos experimentado coincidimos en afirmar que la poesía también se puede hacer en cine, y él sin duda, sería merecedor del Nobel.

El cine hecho por Angelopoulos es una experiencia como ninguna otra y es necesario hacer un esfuerzo al que no estamos acostumbrados para sentir su visión de la vida y la historia, digo sentir por que estoy convencida de que el cine está hecho para no para "entender" sino para provocar emociones, algunas muy básicas, otras sumamente profundas. 

Creo que la aproximación a la obra de un autor es como un viaje, con las subjetividades que éste implica. 

En mi caso, Angelopoulos se me presentó con “Paisaje en la Niebla” (1988) y en ese momento empecé a entender que existe otro tipo de cine, uno que exige una participación más activa del espectador, y que antes que el diálogo o la historia está siempre la imagen.

Como lo mencioné, este tipo de cinematografía se sale de lo que la mayoría de las personas están habituadas a ver en pantalla; por ejemplo; la primera imagen de Paisaje en la Niebla es un oscuro total, se escucha sólo la voz de una pequeña que pregunta ¿tienes miedo? … Ahí iniciará el viaje de Alexandros y Voula, dos pequeños que deciden ir en busca de su padre a Alemania hacia un destino tan irreal como ver un paisaje en la niebla.

Todos los elementos de la narrativa cinematográfica juegan un papel fundamental en los filmes de Angelopoulos; la música, las imágenes y las palabras se complementan, y cada una nos habla de manera distinta pero todas contribuyen a la experiencia que vivimos cuando nos exponemos a su obra.

Probablemente esa sea la característica primordial de los filmes de Angelopoulos; es una experiencia; una vez que se ha visto una de sus películas, particularmente “Paisaje en la Niebla” o “La eternidad y un día” (1998) no es posible permanecer indiferente al efecto o la vivencia que ha dejado.

Recientemente tuve la oportunidad de volver a ver “Paisaje en la Niebla”, muchos de los que estaban en la sala no habían tenido oportunidad de verla y, podría decir que muy pocos conocían la obra de este autor.

Las reacciones fueron muy elocuentes, y similar a lo que narra Andrew Horton en su libro[1]; todos quedaron enmudecidos. Sólo pude pensar que para mí esa “primera vez” fue exactamente igual.

El viaje que emprende el espectador al lado de estos pequeños puede ser tan profundo y tan transformador como el de los personajes mismos.

Aquí, el ritmo es fundamental, se nos ha dado a entender que el viaje lleva pospuesto mucho tiempo, pero cuando están a punto de subir al tren, cuyo destino es un sueño, hay una pausa, y en el momento de alcanzar el primer escalón ya no hay vuelta atrás.

Las tomas largas y los planos secuencia, también son una parte esencial de la narrativa, en una de las primeras imágenes, de las muchas que se nos quedarán en el corazón, la gente del pueblo sale a ver la nieve como si fuera la primera vez y es casi como ver una pintura.

Angelopoulos es un hombre que se dedició a Grecia y a lo que es “griego” pero esa Grecia está muy alejada de los folletos de turismo, de Mikonos o Santorini, y también está lejos de Atenas y las zonas arqueológicas; aunque los mitos siempre están ahí para recordarnos quienes fueron los creadores del drama y la tragedia, de las grandes épicas y los arquetipos que moldean nuestra cultura.

La Grecia que le interesa a Angelopoulos es la rural, la que nadie ve, la que emigra como única alternativa, la que aún conserva costumbres antiguas, la que recuerda, por que ha vivido las guerras. Siempre hay viajeros en sus  películas y siempre hay artistas.

“El viaje de los comediantes” (1975) es también una “road movie” que sigue la travesía de  un grupo de actores con la única finalidad de representar una obra y a través de ellos podemos conocer la historia de Grecia. Este mismo recurso es utilizado en un magistral plano secuencia de “Paisaje en la Niebla” cuando en una toma de 2 o 3 minutos, se hace una síntesis de la historia del país.

¿A dónde se dirigen los viajeros de los filmes de Angelopoulos? Ese es el tipo de preguntas que nos dejan.

La búsqueda de Alex y Voula es concreta, buscan su origen; pero Orestes, el actor que los acompaña en un buen trecho del viaje, no tiene igual de claro su destino y Angelopoulos nos lo hace evidente cuando sale del agua una mano monumental y se eleva sobre el cielo de Tesalónica, sólo que esa mano no tiene índice y como no hay un dios, tampoco hay respuestas para Orestes.

Cada escena que se nos presenta en una película de Theo Angelopoulos nos obliga a situarnos en un lugar de introspección; un lugar al que no estamos habituados y menos aún en la era de lo inmediato. El mundo de la “selfie” no es un mundo que pueda comprender el cine de Angelopoulos en el cual se plantea justo lo opuesto.

Ver desde fuera, incluyendo al paisaje, pero hacerlo lento muy pausadamente, es lo que nos permite llegar a lo más íntimo de cada personaje. Así es como nos conecta con lo que nos hace humanos; las lágrimas de una niña en la noche porque se da cuenta por primera vez lo que es amar a alguien, no se necesitan palabras para entender su dolor, por eso Orestes le dice “siempre es así la primera vez”.

Me quedo con este cine, con estas visiones, con autores que se comprometen con su entorno y con su historia, que buscan como Harvey Keitel en “La mirada de Ulises” (1995) el origen de su cine, y con ello su propio origen.

Nunca es sencillo este viaje, nos confronta con lo profundo y con lo que no es común explorar, eso es lo que lo convierte no sólo en necesario sino en indispensable.

Cada película de Theo Angelopoulos es una declaración política, por que siempre se da una confrontación entre las dos creaciones humanas más trascendentes: el arte y la violencia. Orestes quiere ser actor, pero lo fuerzan a ir al servicio militar, los actores que viajan de pueblo en pueblo sin un teatro donde poder representar su obra y que son derrotados ante el poder del dinero. Se presente la constante disyuntiva entre lo trascendente y lo efímero. 

Un niño es quién nos muestra la trascendencia del arte al detenerse para escuchar atentamente al violinista que llega a tocar una pieza ante él, su única audiencia, pero que se ve recompensado por el más sincero y conmovedor aplauso.

A veces me parece que Angelopoulos es como ese violinista, que tiene un público minúsculo; pero que a todos y cada uno nos ha conmovido de una forma esencial. Para nadie que haya visto una sola de sus películas, el cine volvió a verse igual; ese el poder de un poeta que por esta ocasión decidió dedicarse al cine.












[1] HORTON, Andrew. “El cine de Theo Angelopoulos Imagen y contemplación. Akal Ediciones. 2001. Madrid, España.


martes, 23 de febrero de 2016

Mi abuela


Han transcurrido casi 2 meses y no he estado lo suficientemente presente, inspirada, o en paz para escribir.

Empecé este espacio solo para mi, y para registrar las palabras que surgen de mis pensamientos, sin embargo tengo una enrome deuda; no he escrito sobre alguien que fue fundamental en mi vida, y a quien he conocido más por los relatos de otras personas que por el tiempo que convivimos juntas.

Socorro Bertha Múñoz Gálvez (creo que ese era su segundo apellido); para todos era simplemente "Corra".

Mi abuela nació en 1908, un 29 de enero, y fue la tercera de cinco hermanos.

Una mujer atípica para su época, rompió con lo establecido, fue precursora y protagonista, era una fuerza por si misma y nunca necesitó un hombre a su lado para trascender.  Lo más importante para mí, es que logró ser un ejemplo de gozo y dicha en todas las vidas que tocó.

El único recuerdo triste que tengo de mi infancia se ubica en la parte trasera de un auto enorme, que se aleja lentamente de un hospital. Me acaban de decir que mi Corra se fue al cielo.

No lloré, tal vez desde entonces las lágrimas se alejan en los momentos más difíciles. Lo que sentí fue un profundo vacío que se replica en mi pecho al escribir estas letras.

4 años tan sólo y Corra marcó mi vida. Recuerdo sus manos con las uñas pintadas de rojo, con un manicura perfecto, arrugadas y llenas de pecas, pero suaves y ataviadas con enormes anillos de muchas piedritas de colores.

El pelo siempre con peinado de "salón" y su olor inconfundible, como una mezcla dulce de flores, madera y vejez.

Corra siempre estaba de buen humor, jugaba con mi hermano y conmigo mientras hacia innumerables llamadas telefónicas, tomaba su café y se fumaba un cigarro.

Nada es tan entrañable para mi como los recuerdos de mi infancia en el inmenso departamento de mi Corra, mientras Pelón y yo jugábamos "parcacé" o "cosmos", comíamos galletas de abanico sopeadas en leche y mi hermano hacía "chapus" para ganar el juego.

Mi abuela era muy distinta a mi madre, tanto como yo.
Hoy, sé lo que hizo y cómo influyó en la vida de miles de mujeres. De manera anónima fue una de las impulsoras de la creación de guarderías para las mujeres que trabajaban en PEMEX.

No estoy segura de cómo o en qué calidad, pero  sé que llegó a viajar a Ginebra, sede de la Organización Internacional del Trabajo para buscar mayores beneficios para las mujeres trabajadoras.

Mi abuela fue más grande de lo que pueden expresar mis palabras, en una época de opresión, pudo liberarse de los atavismos y los dedos que la señalaban por que era una madre sola (mi abuelo la abandonó con 3 hijos pequeños) y ese fue probablemente su impulso para sobresalir.

La salud, fue lo único que abandonó a mi abuela. Padecía dolores terribles por una artritis que nunca la detuvo para realizar viajes por el mundo y para gozar la vida, bailaba con muletas, amaba la música, tomaba martinis y siempre tenía una sonrisa en los labios.

Fue generosa, solidaria y una acérrima defensora de las mujeres, porque ella sabía lo difícil que era sobresalir en un mundo hecho para hombres. Era también una creyente anticlerical.

Fue una gran bailarina en su juventud, tal vez eso era lo que más extrañaba de no poder caminar, pero jamás se quejaba, ni se auto-compadecía.

No lloraba,  ni se lamentaba por el dolor, por lo menos en público. Mi mamá me cuenta que mis primeras palabras fueron "ay, ay, ay"; pasaba mucho tiempo a solas con Corra; seguramente podía expresarse sabiendo que no la delataría.

Sus oraciones eran igual que ella, directas, contundentes: "Ya suéltame, ¿no tienes por ahí otro pendejo?".

Contaba y hacia chistes todo el tiempo, estaba siempre enterada de la moda, la música, las películas del momento; pero sobre todo era AMOR y GOZO.

A mi papá lo quiso como si hubiera sido su hijo, me cuentan que su velorio fue una de las 3 ocasiones en las que se la ha visto llorar.

Al morir, Corra no desapareció, sigue presente en nuestras vidas todo el tiempo, todos los días.

Para mi, es una fuerza y baluarte; una persona que ha adquirido proporciones míticas.

Me gusta creer que Corra estaría orgullosa de mí, que disfrutaríamos charlas interminables, conciertos, viajes.

A veces sueño que solo nos mirarnos a los ojos y acaricio esas manos suaves, llenas de pecas y anillos; cuando despierto en esas raras ocasiones, puedo aún sentir su olor.









jueves, 26 de noviembre de 2015

La no relación



En cuanto tiempo no he parado por aquí no sabría decirlo. He pensado, hecho, sentido, leído,  visto, querido, me he ilusionado, he soñado.

Digamos que he estado muy ocupada viendo y sintiéndome.

Recientemente me han hecho preguntas para las cuales no encuentro respuestas sencillas; o cualquier respuesta, punto.

Tal vez sea que no me conozco tan bien como pienso, o no he analizado a profundidad mis sentimientos. ¿Añoro? No lo creo.

Me preguntan si añoro otras relaciones o a otras personas, no sabría decirlo con exactitud.

Creo que cuando amo, amo por siempre, no necesito forzosamente la presencia de las personas que amo. Mi amor es mío y así continúa.

A veces creo que es más fácil no relacionarme, resulta no sólo cómodo, sino sumamente conveniente. La "no relación" conlleva para mí enormes ventajas. No lidio más que con mis sentimientos.

Ahora, pasado el breve lapso y terminada la más reciente relación, me quedo como siempre, con dudas, incertidumbre, y  otra cicatriz.

Si bien el dolor no es mucho, ni demasiado intenso, ni constante, el pensamiento es pertinaz, y las preguntas persistentes son: ¿hice algo mal? ¿lo merezco?

Por eso precisamente, por que me gusta estar en el placer y no en el dolor, es que prefiero la no relación.

Mi entendimiento no alcanza para dilucidar cuál es el interés de estar con una persona que no me hace sonreír.

Se supone que en un mundo perfecto no debería necesitar que otra persona me hiciera sentir valiosa, hermosa, inteligente, divertida, amada.

El mundo dista mucho de ser perfecto, sin duda, pero cuando estoy sola puedo tener la certeza de que soy inteligente, guapa, valiosa, divertida, y creo que me caigo lo suficientemente bien como para pasar todas las horas del día y la noche conmigo misma.

Cuando le doy a alguien el permiso para entrar en mi vida, mi casa, mi cuerpo; es porque pienso que esa persona me puede hacer sentir más de todo.

Ese sentimiento gozoso, de regocijo y dicha dura por lo general poco tiempo, y cuando no estoy bien conmigo, el daño suele ser devastador.

Me acusan de cobarde, tal vez tengan razón pero creo que me siento más dichosa y capaz de amarme en la No Relación.